La muerte póstuma de Ana Frank


Mural de Ana Frank con un keffiyeh en Bergen, Noruega, pintado por la artista anónima Töddel, julio de 2024. (Cortesía de Töddel vía JTA)

Ya sea vandalizando su imagen o reivindicándola como simpatizante de Hamás, la inversión de la historia del Holocausto es profunda y grotesca

POR: Alexandria Fanjoy Silver

«A pesar de todo, sigo creyendo que la gente es realmente buena de corazón. Simplemente no puedo construir mis esperanzas sobre unos cimientos que consisten en confusión, miseria y muerte. Veo cómo el mundo se convierte poco a poco en un páramo, oigo los truenos que se acercan sin cesar y que también nos destruirán a nosotros, puedo sentir los sufrimientos de millones de personas y, sin embargo, si miro al cielo, pienso que todo se arreglará, que también esta crueldad acabará y que la paz y la tranquilidad volverán de nuevo.» – Ana Frank

Ana Frank es quizás la civil más famosa asesinada en la Segunda Guerra Mundial. Su familia huyó de Alemania, estableció un negocio de fabricación de mermelada en Ámsterdam y fue ocultada por un pequeño número de sus empleados hasta el verano de 1944. Fueron traicionados (aún no sabemos por quién), deportados a Westerbork y luego a Auschwitz, donde las niñas sobrevivieron a la selección y a una marcha de la muerte, pero ambas murieron en Bergen-Belsen. Al final de la guerra, sólo Otto Frank seguía vivo. A su regreso, Miep Gies le entrega el diario de Ana Frank y acaba publicándolo. Ana Frank se convirtió rápidamente en un símbolo de la inocencia y la injusticia de lo que le ocurrió.

Pero quizá se hizo tan famosa por lo que no era, más que por lo que era. Sí, era judía y sí, la mataron. Pero su diario no habla de ira o venganza, sino de su fe inquebrantable en la bondad de las personas. Y así, el acto de leerlo se convirtió en un bálsamo para las almas de las personas que no buscaban enfrentarse a su propia moralidad. Si ella, esta joven, fue capaz de mirar al mundo e identificar esta experiencia como una de maldad y locura temporales en lugar de una condición humana sistémica, entonces la gente de todo el mundo puede sentir la absolución que ella parece conceder a través de sus páginas: tú también eres fundamentalmente «bueno de corazón».

Ana Frank escondida, 1944.

Pero el símbolo de Ana Frank se ha convertido en un símbolo problemático en los últimos años. Hace unos años, a un hombre que trabajaba en la Casa de Ana Frank en Ámsterdam se le pidió que no llevara su kippa mientras trabajaba, ya que era una prenda religiosa que podía considerarse «política». En efecto, se le pidió que ocultara su judaísmo mientras trabajaba en la Casa de Ana Frank. En las semanas posteriores al estallido de la guerra, una guardería que llevaba su nombre en Alemania propuso cambiar su nombre, ya que «los padres inmigrantes de los niños de la escuela querían que se cambiara el nombre, ya que Ana Frank no significaba nada para ellos». En Ámsterdam, hace unas semanas, pintaron un «Gaza» rojo sangre en su estatua. Y en Noruega, la semana pasada, un graffiti en el que aparecía con un keffiyeh provocó indignación.

¿Por qué Ana Frank suscita tanta emoción? En lugar de ser el símbolo de una víctima de genocidio, se la ha asociado con el genocidio. En lugar de ser una persona asesinada por ser judía, se la viste con el símbolo político de un grupo que no ha ocultado su deseo de matar judíos. Es esta asociación con la inocencia lo que parece generar tanto vitriolo y también demuestra la profunda inversión de la historia del Holocausto en la forma en que se entienden los acontecimientos actuales.

Utilizar a Ana Frank como símbolo pasivo para expresar la rabia por el derramamiento de sangre (que, aunque horripilante, no es genocidio) es tan problemático como que sea blanco del antisemitismo una vez más. La artista que creó la imagen de ella con un keffiyeh defiende su postura diciendo que, habiendo leído el libro, sabe que Ana Frank habría estado de acuerdo con ella. ¿Qué, que Ana Frank habría creído que los Hamasniks que irrumpieron el 7 de octubre también eran «buenos de corazón» y que todos deberíamos ver colectivamente a nuestros enemigos genocidas con ecuanimidad y absolución? Nunca sabremos lo que Ana Frank habría vivido para decir sobre los nazis, porque fue asesinada por maníacos genocidas en los últimos días de una guerra que ya habían perdido.

Y para quienes vandalizan su estatua y los demás monumentos conmemorativos del Holocausto en Europa, ¿no fue suficiente matarla una vez? Los que dicen que lo hacen por las acciones de los judíos quizá no estén tan versados en historia como deberían -recuerden que los nazis también justificaron los asesinatos en masa y el Holocausto como resultado del «poder judío» (la teoría de la puñalada por la espalda, que eran comunistas, que «gobernaban» la República de Weimar, etc.).

Pero la continua insistencia en la inversión del Holocausto delata algo profundamente antisemita en las reacciones a este conflicto, y algo que sin duda haría las delicias de Adolf Hitler (esperemos que mientras arde en el infierno). Si destrozas monumentos conmemorativos del Holocausto en nombre de una guerra iniciada por Hamás, estás proporcionando a Hitler una victoria póstuma. Las mismas percepciones del poder judío, la misma justificación de la violencia dieron lugar a una fuerza que la mató una vez; cuando la atacas y mancillas su memoria como parte de los insensibles ataques a los judíos por una complicada guerra que se libra a miles de kilómetros de distancia, sólo le estás proporcionando una muerte póstuma.

Sobre la autora

 La Dra. Alexandria Fanjoy Silver es licenciada por la Queen’s University, máster por Brandeis y doctora por la Universidad de Toronto (todos ellos en Historia y Educación). Vive en Toronto con su marido y sus tres hijos, y trabaja como profesora de historia judía. Escribe sobre historia de la comida judía en Substack @bitesizedhistory y habla de historia israelí en Insta @afanjoysilver.

 

 Traducción: Consulado General H. de Israel en Guayaquil
Fuente: The Times of Israel



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